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“Muchas veces, tenemos la tentación de pensar que la santidad se reserva solo a los que tienen la posibilidad de separarse de los asuntos cotidianos, para dedicarse exclusivamente a la oración. ¡Pero no es así!” Papa Francisco

De pequeño solía preguntarme cómo era posible que las personas lograran ser santos. Crecí relacionando la palabra “santidad” con sacerdocio o convento, los que sin duda son un gran don; admiro a todos aquellos que eligen este caminar dentro de la Iglesia porque son fieles testimonios de que una vida en Cristo sí es posible y que a través de esta se ejerce una misión que exige sacrificio y entrega, pero que, sobre todo, va abriendo paso al camino de la santidad.

De seguro tú, al igual que yo, has sentido incertidumbre sobre cómo agradar a Dios, de tal forma que la vida empiece a tomar sentido y forme parte del “team de almas” que cada día se acercan más y más al Señor. ¿Qué tan diferente fue la vida de los Santos con respecto a la nuestra? ¿Acaso ahora prevalece más el pecado que antes? ¿Por qué nos cuesta tanto llevar el estilo de vida que Dios tiene para nosotros? Estas y muchas más preguntas cuestionan cada día nuestro caminar dentro de la Iglesia, sin embargo, encontrar una respuesta no es la solución, lo importante y que debe prevalecer a partir de este momento es hacer silencio, obedecer y seguir a Dios.

Para empezar, debemos tener claro que todo ser humano está llamado a la santidad, que es “plenitud de la vida cristiana y perfección de la caridad, y se realiza en la unión íntima con Cristo y, en Él, con la Santísima Trinidad. El camino de santificación del cristiano, que pasa por la cruz, tendrá su cumplimiento en la resurrección final de los justos, cuando Dios sea todo en todos” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, N° 428).

“Serán para mí un reino de sacerdotes, una nación santa” (Ex 16, 6); así se lo manifestó el Señor a Moisés, una alianza que nos muestra a un Dios solidario con los pobres y salvador de pecadores, un llamado que sólo es posible alcanzar bajo el mandamiento de Jesús, el amor. La santidad se obtiene de forma individual, aunque con nuestras acciones podemos ayudar a que otros la alcancen también; no significa que seremos perfectos desde el día uno, es un proceso constante y continuo en el cual crecemos cada día.

Ser santos es mucho más que una vocación, significa vivir en la plena cercanía con Dios, es el don que nos regaló el Señor en el bautismo y el cual debemos asumir y ejercer para el resto de nuestra vida. Como jóvenes, sí es posible llevar una vida bajo los parámetros de Dios, no es un castigo, por el contrario es la felicidad que nos prepara para el encuentro glorioso con el Padre Celestial.

La santidad no es un régimen, a través de ella podemos vivir la libertad de ser hijos de Dios, de amar con un amor tan puro y verdadero que lo entrega todo sin esperar nada a cambio, un amor que viene de Dios y que fluye por nuestra vida para llevar esperanza y paz a quienes nos rodean. No es un camino fácil, por el contrario entre más cerca de Dios, más estamos propensos a las tentaciones del mal, y es en la oración donde el Señor nos proporciona las herramientas necesarias para hacer frente a todo aquello que es motivo de pecado y que nos aleja de Él.

“La santidad es un don que se ofrece a todos, nadie está excluido, por eso constituye el carácter distintivo de todo cristiano”. Papa Francisco

Si bien es cierto, elegir este caminar es adoptar un nuevo estilo de vida, pero no por esto podemos pensar que la santidad se amoldará a nosotros; más bien, somos nosotros los que nos amoldaremos a esta nueva experiencia con Dios, la cual inicia con un sí y, a partir de este, nos comprometemos a renunciar a todo lo imperfecto y contaminado, a las cosas que no edifican en lo absoluto a nuestra vida y nos crean falsos dioses para separarnos de las manos de Dios. Es un llamado a transformar y renovar todo nuestro interior, para así poder descubrir cuál es la voluntad de Dios y qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

La segunda carta de San Pedro nos hace una exhortación a la vida santa (Cf. 2ª Pe. 3, 11-15) y nos recuerda lo importante que es estar en paz con Dios, limpios e irreprochables ante Él porque la santidad es esencial para la salvación.

“Para ser santo hay que ser pequeño, no héroe” (Papa Francisco). Y es en este sentido donde es importante saber que no se necesitan de obras grandes para alcanzar nuestro objetivo, no necesitamos reconocimientos para hacernos valer ante las personas, porque a quien realmente debemos agradar es a Dios y toda la gloria y la honra de lo que hagamos es sólo y únicamente para Él.

Por ello vivir una vida santa no es más que hacer de nuestros días, días santos, es decir, ser santos en nuestro hogar con nuestras familias, con nuestros vecinos; ser santos en nuestra iglesia con todos los hermanos, miembros de las comunidades y ministerios que la integran; ser santos en nuestra oficina, con nuestros compañeros y personas que acuden a ella; ser santos en la calle, con nuestros amigos y desconocidos; ser santos con nuestra forma de hablar, de vestir, con nuestras acciones y actitudes externas; ser santos en nuestro interior, principalmente haciendo de nuestro corazón, un corazón 100% santo.

No podemos ir al supermercado y comprar una bolsa de santidad, porque esta se gana a través de la perseverancia en Dios y gracias a la misma es que podemos vivir siendo mejores personas, alejados de los vicios que destruyen masivamente a nuestra sociedad, eligiendo la verdad y no la mentira, siendo fieles a nuestras familias y padres responsables en nuestro hogar, tomando la responsabilidad de un embarazo no planeado y así darle paso a una nueva vida… No al aborto.

Somos jóvenes y debemos tener claro que ser indecisos no es una opción; vivimos en un mundo donde el pecado se disfraza con su mejor traje y se manifiesta en lo cotidiano de nuestra vida. Es aquí donde debemos hacer un alto para preguntarnos: ¿Somos de Dios o somos del mundo?… No podemos estar en la mitad. Por ejemplo, es un gran error pensar que acudir a la confesión cada vez que caemos en el mismo pecado es la solución para estar en paz con Dios, sin embargo, si no optamos por romper con estas ataduras, todo lo anterior será en vano; definitivamente, podemos engañarnos a nosotros mismos, pero a Dios nadie lo engaña y jugar con un sacramento tan valioso, representa un retroceso hacia las puertas de la santidad.

Todo es fuerza de voluntad, es decidir por encima de nuestros propios intereses, es elegir una vida de sacrificio y lucha pero con una gran recompensa en el cielo. La santidad no está lejana a nosotros, por el contario vivimos cada día con ella y ella espera por nosotros.

Joven, deja que el espíritu de Dios sea quien tome el control de tu vida, de tus pasos, de tus acciones, deja que el Señor sea uno contigo para que tú seas uno con Él. Abre tus brazos al cielo y asume esta nueva vida, ya verás que todo cambia cuando el amor de Dios es lo que realmente fluye en tu corazón.

Ora en todo momento, has que la oración sea el principal vehículo de comunicación con Dios. No hables, sólo escucha. Deja que Dios sea quien dirija tus pensamientos y quién decida por ti… Sé obediente y cumple con tus promesas al Señor, sólo así logras subir cada día el escalón que necesitas para alcanzar la Gracia Celestial.

Para finalizar, recuerda siempre esta cita bíblica: “Procuren estar en paz con todos y progresen en la santidad, pues sin ella nadie verá al Señor.” (Heb. 12, 14).

¡Dile sí a la Santidad, Santos o nada!

Artículo escrito por nuestro colaborador y católico con acción: Nelson Javier Muñoz fundador de @FeCreativa.

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